Ha sido un camino largo y salpicado de cambios radicales, del aprendizaje de nuevas lenguas y de un pequeño componente de azar. Crecí en el campo, en la provincia de Zhejiang, con una madre campesina y un padre militar que sirvió durante 20 años en el norte de China. Me gustaba ir al colegio, el deporte y la caligrafía, colaboraba con el periódico del colegio y ayudaba a mi madre a cultivar nuestras parcelas de arroz. Un día, me di cuenta de que el destino de mi familia recaía sobre mis hombros y me puse a estudiar con más ahínco que nunca.
Logré quedar entre los cien mejores estudiantes de mi provincia y fui la primera de mi instituto en ir a la universidad de lenguas extranjeras de Pekín, donde se forman los diplomáticos y los traductores. Este fue el primer giro de 180 grados en mi vida y mi primera experiencia de desarraigo. Debo mencionar que antes de los dieciocho años no había visto nunca a un occidental. Cosas del destino, no me admitieron en la rama de estudios de lengua inglesa, que era mi primera opción, y así es como empecé a aprender francés.
Después de cuatro años viviendo en Pekín, me di cuenta pocos meses antes de graduarme de que no estaba siguiendo la senda que me interesaba. No quería limitarme a representar una idea o a traducirla, quería pensar por mí misma y, tras informarme en la embajada francesa, realicé y aprobé el examen para ingresar en la École Supérieure de Commerce de Paris (ESCP). Decidí entonces especializarme en finanzas de mercado, que era la temática que me parecía más exigente y más universal en términos de códigos y estándares culturales. Posteriormente, pasé a trabajar en la sala de negociación bursátil de Société Générale, donde ejercí como analista de bonos convertibles asiáticos durante casi cuatro años. Después me incorporé a ADI Alternative Investment, un hedge fund, donde me centré durante cuatro años en crear y desarrollar el negocio asiático. En 2008, después de la crisis financiera, ADI fue adquirida por OFI AM, donde trabajé dos años antes de que Edouard Carmignac me contratase como analista especializada en China.
Mi marido, al que conocí en Francia, quería ser profesor de medicina y, para ello, debía pasar un año en el extranjero. Así, un año después de mi llegada a Carmignac, nos mudamos a Pekín con nuestras dos hijas. Edouard Carmignac comprendió perfectamente este proyecto familiar y me propuso seguir trabajando para la firma en remoto. Viajaba todos los meses de Pekín a París y viceversa y, cuando regresé a Francia para quedarme, Edouard Carmignac me dijo «¡Anda! ¿Ya has vuelto? ¿Quién nos proporcionará ahora información local?».
Soy como un puente entre dos mundos. Por un lado, el de mis orígenes, el de una infancia humilde en el campo chino y rica en valores. Fui la primera de mi familia en ir al instituto, puesto que mi padre no tuvo la oportunidad de ir al colegio y mi madre tan solo había cursado cinco años de enseñanza primaria. En ocasiones me resulta complicado lograr que mis padres entiendan lo que vivo y lo que hago en la actualidad. Por otro lado, llevo una vida de madre y de mujer activa y parisina. Mis hijas son cosmopolitas desde su más tierna infancia, pero les resulta imposible concebir mi infancia debido a lo mucho que se ha modernizado China desde entonces.
A diferencia de muchos europeos —para los que la noción de pertenencia a una clase social está muy afianzada—, me siento libre de cualquier tipo de barrera social o convención. Tal vez ello se deba a que mis experiencias me permiten enfocar las cuestiones y a las personas desde un prisma más libre. Me intereso instintivamente por las personas con trayectorias poco habituales, diversas y que, tras empezar de cero, han conseguido cosas increíbles. Soy al mismo tiempo, china, francesa e incluso suiza, por el lado de mi marido. ¡Si hubiese aprendido alemán, mi vida habría resultado indudablemente diferente!
He conservado unos estrechos vínculos con los miembros de mi familia y con mis compañeros de la etapa escolar. En la actualidad, se labran su camino en sectores y entornos sociales muy diferentes. Mis lazos con la China moderna y la China rural me permiten hoy poder brindar con rapidez y fiabilidad información de primera mano sobre el mercado chino sin ningún tipo de barrera lingüística o cultural. Estas experiencias me han hecho tenaz y no tengo reparos en decir lo que pienso, lo que, curiosamente, va en contra de la cultura china, puesto que los chinos tienden a dar siempre la razón. Ello me resulta útil en mi día a día en Carmignac, cuya cultura basada en la excelencia me ha permitido realizar grandes progresos, especialmente a través de la interacción con compañeros que también tenían unos trasfondos muy diversos. El nivel de exigencia en Carmignac es sumamente elevado y exige ponerse en entredicho continuamente. Estoy convencida de que mi trayectoria me ha dado la fuerza y la perseverancia necesarias.
La diversidad puede tomar diferentes formas: diversidad de conocimientos, de culturas, de lenguas, etc. Permite intercambiar puntos de vista diferentes, enriquecerse mutuamente y favorecer la comprensión y la tolerancia. Debemos sacar partido de ella, evitar encasillar a las personas en entornos estancos y beneficiarnos al máximo de esta riqueza. No la percibo como un fin en sí mismo, sino como una magnífica oportunidad para aprender.
Me gusta mucho lo que hago. Soy curiosa y me interesan muchos ámbitos. En caso de tener que abandonar el mundo de las finanzas, podría centrarme en el ámbito educativo, mediante la enseñanza del chino, o en el cultural, a través de la promoción de artistas de mi país natal. Al igual que muchas personas, también sueño con ser escritora y me gustaría publicar un libro que narrase el destino de cuatro generaciones de mujeres: desde mi abuela materna hasta mis hijas.
La excelencia no consiste necesariamente en obtener las mejores notas en todos los ámbitos, sino en ser único: único por el enfoque adoptado, la forma de ser o el toque personal aportado. Ser excelente consiste, para empezar, en no ser banal.
« ¡Nada es imposible ! ».